diciembre 06, 2012

Head Hunters.

Los caminos de la música son infinitos e inescrutables, tanto que creo que, aunque uno mismo se lo propusiese, nunca llegaría a escuchar todas las piezas musicales compuestas dignas de su devoción. Algunas veces la casualidad interviene y descubres obras de grandes dimensiones que hasta el momento ignorabas, que superan la barrera de lo puramente musical y casi penetran en la fisiología humana. Heme aquí, de forma casual, practicando unos licks de guitarra, enfrascado en los ritmos imposibles y en las progresiones asimétricas que encierra Head Hunters.

Para ponernos un poquito en situación, corren finales de 1974, la psicodelia, sin tener la fuerza de su arranque allá por finales de los sesenta, permanece como corriente de pensamiento y creatividad en la mente de músicos y compositores; la música negra está en momentos dulces, el funk se expande a través de las emisoras de radio tras los hitos marcados por álbumes imperecederos como Maggot Brain o There’s A Riot Going On, de Funkadelic y Sly and the Family Stone, respectivamente. En este caldo de cultivo y tras una serie de incursiones en el jazz más experimental, Herbie Hancock reúne un sexteto para intentar un retorno particular a sus orígenes africanos, publicando la serie de danzas rituales que contiene Head Hunters.

Pese a que las propias composiciones de este álbum son una antítesis sobre el uso de la guitarra, de las que Hancock es ideólogo principal, la mayor parte de las melodías y de los ritmos, construidos a base de teclados y sintetizadores, mimetizan a placer los rasgeos funk típicos del sonido de las guitarras de bandas como las de Sly Stone o George Clinton, encargadas de esparcir la semilla cultural que el ‘color’ proporciona a la música contemporánea.

La estupenda melodía de bajo entretejida a través de los casi 16 minutos de duración de Chameleon, está azucarada con saxos tenores, con los acordes de clavinet, utilizado exitosamente como sustitutivo de la guitarra, y con los solos efervescentes del sintetizador de Hancock. Aunque Watermelon Man no sea una composición acuñada originalmente para este álbum, los arreglos realizados para la ocasión, en los que se utilizan como instrumentos musicales objetos tan curiosos como una botella de cerveza, nos introducen en el África aborigen, conduciéndonos desde la más arquetípica sonoridad africana hacia un funk que luce con todo su esplendor, dónde pianos y clavinets ponen el groove necesario.

Sly no es sólo un homenaje a la persona de Sylvester Stewart a.k.a. Sly Stone, sino a todo lo que simboliza su obra, tanto cultural como musicalmente, que queda reflejado en el acercamiento del tema a ese rhythm and blues que se encuentra en las bases y en la esencia del sonido negro de los setenta. Vein Metter, deja un poco aparte el toque racial de las anteriores, construyendo una preciosa melodía conducida por Hancock al Fender Rodhes y Bennie Maupin a los saxofones, en la que el jazz se dibuja como una herramienta musicalmente evolutiva.

Puro rhythm and blues, puro jazz, puro funk. Un etiqueta negra dentro del jazz de los 70 y, como no, una buena escusa para pulsar el botón de pausa del rock and roll, por unos instantes, y el botón de play del jazz. 'Hats Off' ante los Cazadores de Cabezas.

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