marzo 31, 2014

42 primaveras con Machine Head.

Poco puede añadirse más para intentar inmortalizar con palabras una obra capital del rock and roll como Machine Head, 42 años después de su aparición. Con solo pronunciar su nombre se abren en mi memoria un amplio abanico de recuerdos, entre los que destaca el júbilo de descubrir un compendió de sonidos y sensaciones puramente revolucionarias, para un adolescente que terminaba de despertar al rock and roll a través de la diminuta escena musical patria.

Recuerdo las disputas absurdas, sobre las que un día escribí, en las que se pugnaba por colocar en primera posición a Blackmore y compañía frente a Page y los suyos; tras disfrutar de asaltos indefinidos ante el cassette deck de un artefacto musical cuyo título, para nuestro paupérrimo inglés de instituto, era un completo enigma.

Aunque hayan pasado ya, esos 42 tacos y muchos más que puedan pasar, cada escucha de Machine Head sigue siendo una experiencia fantástica e inigualable, aunque cada una de sus notas figure impresas en nuestro ADN y podamos reconocer a cada instante hacia qué derroteros conducen los solos con los que John Lord arenga desde el teclado o las frases con las que, el anodino y huraño, Richie Blackmore ataca escalas menores y pentatónicas intentando construir melodías.

El riff universalmente conocido, incluso para los indoctos, de Smoke on The Water quedó grabado incluso en los movimientos de nuestras manos, cuando intentábamos repetir miméticamente el ataque a la stratocaster, desconociendo plenamente lo que era un acorde de quintas; al mismo tiempo que grababa en nuestra memoria, más que cualquier lección estudiada de rock contemporáneo, el nombre de Frank Zappa y los Mothers of Invention, aunque tardásemos tiempo en llegar a entender que el tema había inmortalizado para siempre los sinsabores del músico italoamericano, mientras observaba como su equipo se quemaba en un concierto el invierno anterior en localidad suiza de Montreux.

El sonido de los teclados de John Lord se nos antojaba extraterrenal e incluso diría espacial, quizás por influencia del viaje estelar narrado en la homónima Space Truckin’; que para alguien como yo no era más que el preludio de una historia entrañable, sublimemente interpretada a la guitarra y voz por el tándem Blackmore/Gillan en When a Blind Mand Cries.

No me olvide para nada de las demás piezas contenidas en Machine Head, de la rutilante e intensa obertura que, tanto para el propio álbum como para el Japan, es Highway Star, ni de piezas centrales –tanto en el contexto que nos ocupa como en el del universo Purpleliano- como Maybe I´m a Leo, Lazy o Never Before… Tampoco me olvide para nada de dos piezas troncales de la rítmica de la banda, dignas de superlativo elogio, como Roger Glover e Ian Paice, quienes con su buen hacer en sus disciplinas respectivas fueron (y siguen siendo) la base necesaria sobre las que apoyar las melodías, ritmos y voces, que a día de hoy son un clásico.

Podrán pasar años, lustros o décadas por Machine Head sin que este añeje, en los que se asentará aún más como pieza fundamental e indiscutible del universo rock, sirviendo de clave a las futuras generaciones para intentar descifrar lo que fue antes, si el huevo o la gallina.


2 comentarios :

Unknown dijo...

Capital, alucinante, seminal, grandioso, pomposo, grandilocuente. Pocos epítetos se quedan cortos ante la exhibición de poder que la MK II hace aquí. Y su Made In Japan es lo mejor de la historia del rock.

Aurelio dijo...

Compartimos criterios sin duda, aunque el asunto no es de esos en el que uno pueda encontrar muchas posiciones encontradas.

Pero, ante todo gracias por opinar.

Un abrazo.

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