Poco
puede añadirse más para intentar inmortalizar con palabras una obra capital del
rock and roll como Machine Head, 42
años después de su aparición. Con solo pronunciar su nombre se abren en mi
memoria un amplio abanico de recuerdos, entre los que destaca el júbilo de
descubrir un compendió de sonidos y sensaciones puramente revolucionarias, para
un adolescente que terminaba de despertar al rock and roll a través de la diminuta escena musical patria.
Recuerdo
las disputas absurdas, sobre las que un día escribí, en las que se pugnaba por
colocar en primera posición a Blackmore y compañía frente a Page y los suyos;
tras disfrutar de asaltos indefinidos ante el cassette deck de un artefacto
musical cuyo título, para nuestro paupérrimo inglés de instituto, era un
completo enigma.
Aunque
hayan pasado ya, esos 42 tacos y muchos más que puedan pasar, cada escucha de Machine Head sigue siendo una
experiencia fantástica e inigualable, aunque cada una de sus notas figure
impresas en nuestro ADN y podamos reconocer a cada instante hacia qué
derroteros conducen los solos con los que John Lord arenga desde el teclado o
las frases con las que, el anodino y huraño, Richie Blackmore ataca escalas
menores y pentatónicas intentando construir melodías.
El
riff universalmente conocido, incluso para los indoctos, de Smoke on The Water quedó grabado incluso
en los movimientos de nuestras manos, cuando intentábamos repetir miméticamente
el ataque a la stratocaster, desconociendo plenamente lo que era un acorde de
quintas; al mismo tiempo que grababa en nuestra memoria, más que cualquier
lección estudiada de rock contemporáneo, el nombre de Frank Zappa y los Mothers of
Invention, aunque tardásemos tiempo en llegar a entender que el tema había
inmortalizado para siempre los sinsabores del músico italoamericano, mientras
observaba como su equipo se quemaba en un concierto el invierno anterior en localidad suiza de Montreux.
El
sonido de los teclados de John Lord se nos antojaba extraterrenal e incluso diría
espacial, quizás por influencia del viaje estelar narrado en la homónima Space Truckin’; que para alguien como yo
no era más que el preludio de una historia entrañable, sublimemente
interpretada a la guitarra y voz por el tándem Blackmore/Gillan en When a Blind Mand Cries.
No me
olvide para nada de las demás piezas contenidas en Machine Head, de la rutilante e intensa obertura que, tanto para el
propio álbum como para el Japan, es Highway Star, ni de piezas centrales
–tanto en el contexto que nos ocupa como en el del universo Purpleliano- como Maybe I´m a Leo, Lazy o Never Before…
Tampoco me olvide para nada de dos piezas troncales de la rítmica de la banda,
dignas de superlativo elogio, como Roger Glover e Ian Paice, quienes con su
buen hacer en sus disciplinas respectivas fueron (y siguen siendo) la base
necesaria sobre las que apoyar las melodías, ritmos y voces, que a día de hoy
son un clásico.
Podrán
pasar años, lustros o décadas por Machine
Head sin que este añeje, en los que se asentará aún más como pieza
fundamental e indiscutible del universo rock, sirviendo de clave a las futuras
generaciones para intentar descifrar lo que fue antes, si el huevo o la gallina.
2 comentarios :
Capital, alucinante, seminal, grandioso, pomposo, grandilocuente. Pocos epítetos se quedan cortos ante la exhibición de poder que la MK II hace aquí. Y su Made In Japan es lo mejor de la historia del rock.
Compartimos criterios sin duda, aunque el asunto no es de esos en el que uno pueda encontrar muchas posiciones encontradas.
Pero, ante todo gracias por opinar.
Un abrazo.
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