Los
caminos de la música son infinitos e inescrutables, tanto que creo que, aunque
uno mismo se lo propusiese, nunca llegaría a escuchar todas las piezas
musicales compuestas dignas de su devoción. Algunas veces la casualidad
interviene y descubres obras de grandes dimensiones que hasta el momento
ignorabas, que superan la barrera de lo puramente musical y casi penetran en la
fisiología humana. Heme aquí, de forma casual, practicando unos licks de
guitarra, enfrascado en los ritmos imposibles y en las progresiones asimétricas
que encierra Head Hunters.
Para
ponernos un poquito en situación, corren finales de 1974, la psicodelia, sin
tener la fuerza de su arranque allá por finales de los sesenta, permanece como
corriente de pensamiento y creatividad en la mente de músicos y compositores;
la música negra está en momentos dulces, el funk se expande a través de las
emisoras de radio tras los hitos marcados por álbumes imperecederos como Maggot
Brain o There’s A Riot Going On, de Funkadelic y Sly and the Family Stone,
respectivamente. En este caldo de cultivo y tras una serie de incursiones en el
jazz más experimental, Herbie Hancock reúne un sexteto para intentar un retorno
particular a sus orígenes africanos, publicando la serie de danzas rituales que
contiene Head Hunters.

La
estupenda melodía de bajo entretejida a través de los casi 16 minutos de
duración de Chameleon, está azucarada con saxos tenores, con los acordes de
clavinet, utilizado exitosamente como sustitutivo de la guitarra, y con los solos
efervescentes del sintetizador de Hancock. Aunque Watermelon Man no sea una
composición acuñada originalmente para este álbum, los arreglos realizados para
la ocasión, en los que se utilizan como instrumentos musicales objetos tan
curiosos como una botella de cerveza, nos introducen en el África aborigen,
conduciéndonos desde la más arquetípica sonoridad africana hacia un funk que
luce con todo su esplendor, dónde pianos y clavinets ponen el groove necesario.
Sly
no es sólo un homenaje a la persona de Sylvester Stewart a.k.a. Sly Stone, sino
a todo lo que simboliza su obra, tanto cultural como musicalmente, que queda
reflejado en el acercamiento del tema a ese rhythm and blues que se encuentra
en las bases y en la esencia del sonido negro de los setenta. Vein Metter, deja
un poco aparte el toque racial de las anteriores, construyendo una preciosa
melodía conducida por Hancock al Fender Rodhes y Bennie Maupin a los saxofones,
en la que el jazz se dibuja como una herramienta musicalmente evolutiva.
Puro
rhythm and blues, puro jazz, puro funk. Un etiqueta negra dentro del jazz de
los 70 y, como no, una buena escusa para pulsar el botón de pausa del rock and
roll, por unos instantes, y el botón de play del jazz. 'Hats Off' ante los
Cazadores de Cabezas.
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