enero 17, 2014

Libre para todo.

Oír hablar de Theodore Anthony Nugent siempre me ha producido una dualidad de sensaciones. De una parte, la de rechazo ante una idiosincrasia personal, mezcla del puritanismo yanki lleno de contradicciones y de la defensa a ultranza del uso de las armas de fuego –ambos típicos y presentes en un sector de población americana de ideología fundamentalmente ultraconservadora-, que siempre he aborrecido. De otra parte, el de admiración, recibida al reconocer en él la figura de un guitarrista de grandes recursos. Sin embargo, son estas actitudes las que imprimen tanto a la figura como a la música ese carácter único e inigualable.

Free-For-All me ha acompañado desde mis años de adolescencia, aquellos en que la intensidad, la potencia, el watiaje eran el complemento sensorial indispensable para la expresión de mi propia rebeldía, y ha envejecido como los mejores reservas, conservando un buqué añejo pero exquisito que, a menudo, necesito volver a recuperar en mis papilas gustativas.

Aunque Free-For-All no sea más que un eslabón más de la cadena motriz que impulsa su carrera musical, Ted tiene un índice de relevancia importante en lo que al hard rock se refiere. El sonido de su Gibson Byrland, mezcla de distorsión y chorus a partes iguales, esconde las dotes de un guitarrista melódico, perfecto conocedor de la técnica de la construcción de potentes riffs, en los que se encuentra presente, a partes alícuotas, la cosecha musical de Chuck Berry y la desmesura sónica de la que tanto su ciudad natal, Detroit, como el propio guitarrista disfrutó (en sus noches como espectador en el Grande Ballroom), cuando la ciudad todavía era considerada la meca de la industria automovilística americana.


Particularmente, Free-For-All siempre me invita a recordar dos temas de los nueve que contiene, que son peculiares o eclépticos en la trayectoria musical de Nugent, la balada Toghether  y, un tema, más propio del rock californiano que del arena rock nugentiano, titulado I Love You So I Told You a Lie. Son singulares y distintos tanto en el contesto del álbum cómo –decía antes- en la discografía del músico de Michigan, fundamentalmente creo que por la aportación vocal (y quien sabe si también idiosincrática) de un tal Marvin Lee Aday, mejor conocido por todos como Meat Loaf, al que el co-productor del álbum, Tom Werman, trajo tras un estrepitoso fracaso de un espectáculo musical que ambos habían estado representando en Broadway.

La triada central del álbum compuesta por, la homónima, Free For All, Dog Eat Dog y Street Rats deja seña indudable de la filosofía musical de Ted Nugent y muestra de la consistencia de la sección rítmica de la que generalmente se hace acompañar, en la que participa el ineludible Derek St. Holmes, versátil con ninguno tanto a la guitarra como a las voces. Ni el riff que se masca de Writing On The Wall ni el muro sónico de Hammerdown pueden ser desdeñados, aunque nunca hayan figurado en demasía entre el track listing de los directos nugentianos.

En fin, amigos, una galleta de imprescindible escucha para el que escribe, cuando pretende traer al presente las sensaciones, que generalmente duermen en el olvido, de aquella rebelde utopía de adolescencia; que acabo de ‘comerme’ hace escasos instantes.

2 comentarios :

KARLAM dijo...

Hombre, Ted Nugent! qué grande!! como músico, claro. Como persona mejor no opino, y es que a veces sería mejor no conocer la vida privada de nuestros ídolos, porque más de uno se nos iba a caer al suelo...

Por cierto, hoy estuve escuchando el directo que sacó el año pasado: "Ultralive Ballisticrock". Parece sigue en forma el cabrón.

Saludos!

Aurelio dijo...

Todavía no he abordado la discografía posterior a los 70-80, sin prisa, pero sin pausa.

Un abrazo.

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